Radar en operaciones

Busco maneras de salir de mi misma, adquiriendo nuevos hábitos, como si estuviera atrapada en un centro comercial mal ventilado. 

Cambiar de hábitos todo el tiempo es como arrancar los brotes para comprobar que ya tienen raíces.Un sistema idiota. 

No entiendo porqué me privo del gusto de hacer las cosas que me dan placer, esas actividades tan reconfortantes y que no engordan: pintar, escribir. 
Pinto poco, escribo aún menos.
Miedo. 
El miedo a ser, después de todo, nada más que una artista mediocre, una más del enorme montón. Espejito, espejito, sortilegio invocado por instagram. La manzana envenenada de la comparación permanente.
Esperar- mirando la tele o el teléfono- el Momento Inspirado, es otra clase más de estupidez o de cobardía. 
Yo sé que sentarse a escribir o agarrar los pinceles y arrancar por algún lado, es la manera de entrar en sintonía y tal vez, solo tal vez, estar lista para atrapar una idea. 
Una idea es como una nube atravesando el cielo: va cambiando de forma, es un copo de nada, luego un barco y enseguida la cabeza de un dragón. 
Una buena idea crece de un territorio abonado de ideas muertas, abortos de ideas, basura de ideas, pedacitos de ideas. 
Palimpsesto por excelencia, no existe la idea pura, virgen, sin mancha. 
Para tener una idea es preciso ensuciarse un poco, mirar el techo, rascarse el sobaco, animarse a pensar disparates, no tenerle miedo al discurso incoherente de la propia mente, callar al sensor que vigila en la oscuridad de nosotros mismos. 
Entender que no hay culpa en los pensamientos, pensar es la libertad absoluta. 
Donde hay que tener cuidado, activar los filtros y trazar los límites, es en las acciones. 
Sé por experiencia intransferible, que el hecho de ponerme a pintar o a escribir, es lo que tarde o temprano, me hará lograr lo que busco sin saber. La satisfacción del acto creador es la contemplación de un nacimiento. 
Algo ha nacido. Ya no es mío. Ya existe.
Demasiado acostumbrada a esconderme detrás de mis debilidades: la bebida, la pereza, la tristeza. 
Acostumbrada a despreciarme a mi misma para ganar el derecho de despreciar a los demás. 
Cuánto miedo a la crítica, qué pánico escénico, qué tontería.
Y a veces- “obstantemente”, como decía el paisano Bástaro, me siento orgullosa de algunas cosas que hice. 
A veces me gusta tanto un cuadro o un cuento o un poema mío que me maravilla ser la autora: esta obra salió de mi. 
Me gusta tanto que enseguida desconfío. 
Me acuso de egocéntrica, mito-megalómana, ridícula. 
Es curioso que el efecto de los halagos ( sin importar de quién vengan) es tan gratificante pero pasajero y mucho más efímero que una crítica negativa o la indiferencia, que es lo peor.
La televisión es mi nueva droga. 
La odio y al mismo tiempo me entrego a ella cada día, desde las 4 de la tarde hasta la noche. 
Horas y horas mirando esa pantalla. Cuando la serie o las películas son buenas parece un poco más justificado. 
Pero, en verdad, casi no cuenta el contenido, porque mirar televisión es un mirar sin ver, algo pasajero como el agua entre los dedos, pasan esas imágenes y palabras por ojos y oídos. 
No queda casi nada. No es una experiencia real. Es un simulacro de experiencia. Nada nacerá del acto de estar mirando televisión. 
Es más: es probable que se mueran fusilados los pensamientos propios y sean reemplazados por imágenes androides, fragmentos de películas ajenas.
Me acuerdo de la sensación de vivir tantos años sin televisión. 
Todos los momentos del día a disposición.
Muchos espacios vacíos absolutamente, muchas oportunidades de tener una idea, que aparecían como peces esquivos, primero pequeñitos cuando están lejos, agrandándose cuando se acercan. 
Criaturas del océano de mi mente. 
Cuántas maravillas, cuánta pescadilla insignificante también, cuántos terrores- monstruos marinos- y alegrías brillantes, pececillos dorados.
Ahora soy uniformemente feliz. 
Hago la plancha, como arriba de un lago espejo. 
Ignoro con firmeza el fondo revuelto, la maraña de algas. 
No bebo más, no me drogo con nada. 
Vivo más saludable y veo televisión.
La idea infantil de que por arte de magia, de golpe, voy a ser joven y bella, rica y famosa: las cuatro columnas del templo capitalista del Hoy. 
Para reforzar la idea puede uno atracarse de comida, beber hasta desmayarse, fumar con náuseas, hacer un molde del propio culo en un sillón, ante la pantalla: lo que se dice un buen cliente del sistema. 
Rebeldía y soberbia. Qué mala mezcla. Cuánto abandono. La promesa falsa de la Niña de Oro, el pensamiento que llaman Mágico, pero es un truco barato, un títere de feria, con los hilos al aire.
En el fondo tengo que reconocer que soy una creyente ofendida con dios. 
Desafiando Al Que Sea a que me haga un milagro. 
Un milagro personal e intransferible. 
Un regalo, como un cheque en blanco a mi nombre, ignorando con alevosía que el regalo ya fue hecho y no es otra cosa que la vida.
Autocompasión y negación: pareja muy popular en los bailes de mi mente. 
Indiferencia, acidia, abandono de dios y también de personas. 
Huir de los afectos, antes de ser abandonada.
Refugios temporales para una intemperie permanente.
Qué poca disciplina, cuánto miedo disfrazado de orgullo herido. 
Envidia y celos- esas hadas madrinas despechadas. 
Ira y Rabias, las prima donnas más estridentes. 
Un enojo tan profundo y tan escondido que se transforma en un hígado fosilizado, cirrótico. Desahuciado. 
Solo la tristeza es una invitada tolerable en esta fiesta de mi misma. 
La tristeza como arma de seducción, los famosos ojos tristes, la adolescente que se aparta del grupo y mira por la ventana, princesa de un cuento sin sentido y silencioso. 
La tristeza como la capa del personaje misterioso. 
Los ojos tristes de mi padre, los ojos llenos de lágrimas de mi madre. 
La sospecha, ahora que soy casi vieja, que en verdad tengo un natural optimista y alegre.
La alegría es peligrosa, Hay que pagarla tarde o temprano. 
Fui una niña que descubrió demasiado pronto el poder de la tristeza, del dolor, de la enfermedad, para lograr mis propósitos: la atención de mis padres, la posibilidad de que se reunieran  en mi beneficio.
Estoy haciendo un poco de trampa con esta asociación libre de ideas. 
No sé si estoy dejando que salgan las palabras sin pensar. 
La tentación de encontrar las palabras perfectas. 
Vomitar a escondidas, para hacer un autopsia del banquete, pero tratando de conservar cierto glamour, un estilo.
Me siento muchas veces enojada y humillada por mi misma, por la cantidad de vida desperdiciada, por la cantidad de veces que elegí la pereza, la evasión, lo más fácil. 
La depresión es una enfermedad que da una íntima satisfacción. Lo afirmo como maniaco depresiva debidamente diagnosticada.
Entregarse a la impotencia de los pensamientos oscuros. 
Vivir a solas y sin testigos. 
El tiempo perdido, sin tener que dar explicaciones. 
En algún punto del camino perdí el contacto con mis hijos. 
No siento que tenga nada que enseñarles, ningún derecho sobre ellos. 
Apenas aspiro a que me tengan cariño. 
Una madre mascota.
Miro a mi madre en el último tramo de su vida. 
La observo atentamente, como quien mira un experimento bajo el microscopio, tratando de descubrir bisagras y mecanismos que expliquen algunas cosas del acto ineludible de envejecer. 
Su enojo, su frustración, la cantidad de culpas que tiene para repartir, un anhelo, ya imposible de saciar, de haber sido reconocida. 
Un arrepentimiento feroz. 
Soy consciente de que estas observaciones tienen más de mí que de ella, pero ¿no son  los ecos que resuenan en nosotros lo único que podemos saber de los demás?
Supersticiosamente hago un esfuerzo para tratarla lo mejor posible- a veces sin éxito- para quererla aún más, para sentir que si la quiero sin condiciones, también seré querida. 
Para exorcizar todo lo de ella que sospecho hay en mi, hasta desmontar el artefacto que sino, un día, explotará en mi cara. 
El abandono de su estirpe corriendo por mis venas. 
El abandono que cometí contra mis hijos. La muerte de mi hija como una afrenta, la lejanía de los otros como un castigo.
La evasión como plan de ruta.
No sé a donde voy. 
Sigo perdida, aunque últimamente conseguí andar mejor acompañada y he logrado ser
me parece- 
una mejor compañía.
Queda el radar encendido para captar nuevas ondas del más acá y también del más allá.


b.g (Febrero 2023)



Comentarios

Entradas populares