Lo que te hacia gracia de el

Lo que te hacía gracia de Él

Cuando recién lo conociste te gustaba como se arremangaba la camisa hasta más arriba del codo. Te parecía super sexy.
30 años después, cuando el sigue haciendo exactamente el mismo gesto pensas -más bien- “y yo, que planché las mangas de este pelotudo”, según una teoría de mi hermana la sabia.
Y lo pensas con ese rencor de baja densidad que es uno de los ingredientes de cualquier matrimonio largo.
También te gustaba su manera misteriosa y callada de ser. Fascinante. Ahora, hace años que te irrita el que no tenga nada que decir de tantas cosas: donde había misterio solo ves apatía, lo fascinante se transformo en aburrido.
Y sin embargo, si te preguntaran dirias que sí, que lo queres.
Pero es inevitable que tantos años de convivencia hayan hecho saltar el esmalte brillante y reluciente de aquella armadura, el aura que lo cubría.
Es lo malo de los príncipes azules: a todos les da por desteñir.
Y me pregunto si la falla o el engaño no esta en nosotros mismos. Hombres y mujeres, porque estén seguros que las princesas inaccesibles tienden a convertirse en brujas conocidas.
Tal vez es que nadie nos prepara para la convivencia, esa caldera donde a fuerza de cocernos en nuestros propios jugos terminamos por fusionarnos en otras cosas diferentes, que no siempre nos gustan ni comprendemos.
Cuando voy a casamientos, siempre lloro un poco. Me emociona hasta las lágrimas esa promesa que tal vez sea de verdad sincera y pura y que mas tarde o mas temprano será una lucha puertas adentro por la posesión del control. Y no solo del control remoto de la tele (fantástica metáfora de miles de vidas) sino por el control sobre el otro, sobre los hijos, el dinero.
Cuantas víctimas anónimas tiene esa lucha llamada matrimonio: hombres cansados, mujeres insatisfechas, hijos coleccionando nuevas combinaciones de miedos y traumas que traspasar a sus propios hijos.
Pero el matrimonio monogámico es como la democracia: no es un sistema para nada perfecto, pero parece que no hay otra alternativa.
Su solo definición nos obligara a vivir o bien en la mentira (adulterios, relaciones paralelas a escondidas) o en la negación (sentirse culpables, acostumbrarse al rencor, victimizarse).
Mas de una vez, cuando alguien me dice que acaba de separarse le digo “¡Felicitaciones!” porque muchas veces parece lo más apropiado, pero rara vez sucede que el desertor o la desertora asimilen ese divorcio y trabajen tan duro con ellos mismos como para transformarse. Normalmente se reincide. Yo misma soy una reincidente compulsiva y entrando en la curva que lleva de los cincuenta a los sesenta aun creo que vivir “en pareja” (como remedo de matrimonio) es la opción natural.
Me concedo el beneficio de la duda, creo que lo voy haciendo cada vez mejor, pero puede ser que me engañe y solamente estoy dispuesta a entregar y pedir menos. Cada vez es menor el escenario que dejo libre para ser “nosotros” y mas grande el trastero o las bambalinas donde escondo muchas cosas que ya nadie sabrá.
Tal vez ese acercamiento a la soledad de cada uno, dentro de un matrimonio largo, o dentro de relaciones nuevas, sea la única manera de permanecer fieles a nuestro camino. Y no digo “fieles a nosotros mismos” porque creo que es imprescindible cambiar todo lo que haga falta, crecer siempre, transformarse en cada etapa.
Benditos los que pueden recorrer ese camino de a dos sin hacerse demasiado daño, los que pueden no renunciar a la ternura aunque la pasión se haya ido, los que aprenden a compensar ese rencor de baja densidad de lo cotidiano a fuerza de gestos amables.
4

Comentarios

Entradas populares